En las dos próximas entradas publicaré un texto narrativo propio sobre la motivación para alcanzar aquellas metas que te propongas y hacer realidad todos tus sueños.
El texto trata principalmente sobre cómo una persona desesperada y casi "ahogada" por la vida lograr volver a confiar en sí mismo y logra esa motivación que tantos años había definido como inexistente:
Súbitamente y, tras unos escasos
pero a la vez eternos y confusos segundos, levanto la cabeza, asustado. Estoy
en la cama, en mi casa. Pero no en la casa de antes. Estoy en la casa donde
vivo realmente.
Al conocer la realidad de que
vivir en esa adinerada mansión fue una mera fantasía, me entran ganas de llorar.
Llorar de la desesperación, del enfado. ¿Por qué mi vida es tan desagraciada y
patética? —pienso. Hace poco mi amor fue correspondido. Pude vivir por primera
vez un amor verdadero, aquel que uno piensa equivocadamente que es para toda la
vida; todo se fue al garete en un abrir y cerrar de ojos. Esa persona me
abandonó y se fue con el primer crío acomodado (uno de los más ricos de la
ciudad) que pareció interesarse mínimamente en ella. Posible causa del sueño
anterior.
Después de reflexionar y al
sentir mínimas ganas y fuerza para levantarme de la cama, aún caliente, observo
a mi alrededor, intentando calmar la mente. Contemplo un espejo inútil, mas no
puede reflejar un alma que en este mundo ya no existe; una estantería que se
cae a trozos con muchos libros amarillentos que me traen magníficos recuerdos
de mi infancia; y dos viejos armarios, uno lleno de ropa sucia y rota de cuando
era joven y el otro con sólo dos prendas, un pantalón y una camiseta; lo que
siempre me pongo cuando tengo que salir a alguna parte.
Después de desayunar los pocos
cereales que quedaban de ayer con dos tristes gotas de leche me propongo ir encontrar
a un trabajo. No es tarea fácil. De pequeño no fui a una escuela como tú o como
cualquier persona. No tengo una carrera, ni siquiera acabé sexto de primaria; a
esa edad estaba trabajando en el campo, sudando día y noche para ganar un
sueldo miserable o dos o tres patatas para poder comer al día siguiente. Por
ese mismo motivo, le doy poca importancia al trabajo que tenga que ejercer, me
puedo adaptar a cualquiera.
Después de vestirme con la ropa
de siempre y meterme en el bolsillo los dos euros ahorrados de toda la semana,
fui a coger el tren más cercano para intentar encontrar trabajo en un barrio situado
al norte, no precisamente caracterizado por la gran cantidad de trabajo que
ofrecen. Pero si pagara un billete para un lugar más lejano, tendría que pagar
unos céntimos más. Céntimos que significarían no comer al día siguiente. Triste
pero cierto.
Llegué a la estación y me senté
en una solitaria esquina. De pronto, distinguí entre la multitud una chica un
tanto peculiar que un tiempo después se sentó a mi lado.
No fue una bienvenida demasiado
agradecida. Me golpeó con bastante brusquedad con un misterioso bastón. Todo
cambió cuando bajó la vista y me pidió perdón cuando oyó mis quejas tras el
impacto de su garrote. Al observarla bien, me di cuenta al instante de que esa
mujer no era una chica con un “misterioso” bastón, sino una mujer ciega.
Los diez minutos que estuvimos
esperando al tren los pasamos hablando entre nosotros, de nuestros problemas,
de nuestras inquietudes. Cuando por fin llegó el tren la ayudé a subir a él,
cogiéndola de la mano y guiándola por el complicado camino. Nos sentamos, ella
en el asiento de discapacitados y yo en el del frente. Al preguntarle por su
discapacidad, me empezó a contar su historia. La historia de por qué se quedó
ciega siendo simplemente una adolescente.
Cuando era pequeña no tenía
ninguna dificultad visual. Al contrario, me dijo que ella era de las que mejor
visión tenía de toda la clase. Todo era normal hasta que sus padres empezaron a
sospechar que algo inusual estaba pasando. Se frotaba los ojos cada dos por
tres; cuando hacía los deberes se le nublaba la vista, teniendo que ir cuatro o
cinco veces al baño para lavarse los ojos y, cuando iba por la calle, rozaba
las farolas y papeleras, evitando el choque con ellas gracias a los grandes
reflejos que tenía. Algo le pasaba a sus ojos.
Sus padres eran muy cautelosos,
así que llamaron a un oftalmólogo para que tratara a su hija. Después de varias
sesiones, llegaron los resultados a la clínica. Al día siguiente el oculista llamó
al timbre de su casa y entró desesperadamente. Tenía malas noticias.
‘’Emma (como así se llama esta
chica) tiene que ser urgentemente operada’’ —dijo. Tenía una enfermedad que
lentamente estaba acabando con su vista. [...]
FUENTE:
Texto propio + Imagen propia + https://pixabay.com/es/aventura-altitud-arma-ayuda-atleta-1807524/
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