jueves, 1 de diciembre de 2016

TEXTO 2: Mundo oscuro 1

En las dos próximas entradas publicaré un texto narrativo propio sobre la motivación para alcanzar aquellas metas que te propongas y hacer realidad todos tus sueños.

El texto trata principalmente sobre cómo una persona desesperada y casi "ahogada" por la vida lograr volver a confiar en sí mismo y logra esa motivación que tantos años había definido como inexistente:


La vida más deseada de cualquier persona es la mía. Vivo en una enorme mansión, con piscina y campo de golf. Dentro de ella trabajan treinta personas, cada una con un oficio diferente; uno hace la comida, otro limpia, otro plancha… Estoy sentado en el sofá, viendo tranquilamente uno de mis programas favoritos. De repente, el silencio se convierte en estruendo. Todo empieza a temblar. Los cuadros de las paredes se caen, empiezo a sentirme mareado y a algunos sirvientes les cuesta mantenerse de pie mientras otros ya se encuentran arrodillados en el suelo. La agitación aumenta, llegando hasta tal punto de abrirse un agujero gigante en el suelo. Todo cae en él. La escena pasa de una típica estampa millonaria a una inundada imagen con una oscuridad completa, lo más aterrador que he visto en mi vida.

Súbitamente y, tras unos escasos pero a la vez eternos y confusos segundos, levanto la cabeza, asustado. Estoy en la cama, en mi casa. Pero no en la casa de antes. Estoy en la casa donde vivo realmente. 

Al conocer la realidad de que vivir en esa adinerada mansión fue una mera fantasía, me entran ganas de llorar. Llorar de la desesperación, del enfado. ¿Por qué mi vida es tan desagraciada y patética? —pienso. Hace poco mi amor fue correspondido. Pude vivir por primera vez un amor verdadero, aquel que uno piensa equivocadamente que es para toda la vida; todo se fue al garete en un abrir y cerrar de ojos. Esa persona me abandonó y se fue con el primer crío acomodado (uno de los más ricos de la ciudad) que pareció interesarse mínimamente en ella. Posible causa del sueño anterior.

Después de reflexionar y al sentir mínimas ganas y fuerza para levantarme de la cama, aún caliente, observo a mi alrededor, intentando calmar la mente. Contemplo un espejo inútil, mas no puede reflejar un alma que en este mundo ya no existe; una estantería que se cae a trozos con muchos libros amarillentos que me traen magníficos recuerdos de mi infancia; y dos viejos armarios, uno lleno de ropa sucia y rota de cuando era joven y el otro con sólo dos prendas, un pantalón y una camiseta; lo que siempre me pongo cuando tengo que salir a alguna parte.

Después de desayunar los pocos cereales que quedaban de ayer con dos tristes gotas de leche me propongo ir encontrar a un trabajo. No es tarea fácil. De pequeño no fui a una escuela como tú o como cualquier persona. No tengo una carrera, ni siquiera acabé sexto de primaria; a esa edad estaba trabajando en el campo, sudando día y noche para ganar un sueldo miserable o dos o tres patatas para poder comer al día siguiente. Por ese mismo motivo, le doy poca importancia al trabajo que tenga que ejercer, me puedo adaptar a cualquiera.


Después de vestirme con la ropa de siempre y meterme en el bolsillo los dos euros ahorrados de toda la semana, fui a coger el tren más cercano para intentar encontrar trabajo en un barrio situado al norte, no precisamente caracterizado por la gran cantidad de trabajo que ofrecen. Pero si pagara un billete para un lugar más lejano, tendría que pagar unos céntimos más. Céntimos que significarían no comer al día siguiente. Triste pero cierto.

Llegué a la estación y me senté en una solitaria esquina. De pronto, distinguí entre la multitud una chica un tanto peculiar que un tiempo después se sentó a mi lado.
No fue una bienvenida demasiado agradecida. Me golpeó con bastante brusquedad con un misterioso bastón. Todo cambió cuando bajó la vista y me pidió perdón cuando oyó mis quejas tras el impacto de su garrote. Al observarla bien, me di cuenta al instante de que esa mujer no era una chica con un “misterioso” bastón, sino una mujer ciega.

Los diez minutos que estuvimos esperando al tren los pasamos hablando entre nosotros, de nuestros problemas, de nuestras inquietudes. Cuando por fin llegó el tren la ayudé a subir a él, cogiéndola de la mano y guiándola por el complicado camino. Nos sentamos, ella en el asiento de discapacitados y yo en el del frente. Al preguntarle por su discapacidad, me empezó a contar su historia. La historia de por qué se quedó ciega siendo simplemente una adolescente.

Cuando era pequeña no tenía ninguna dificultad visual. Al contrario, me dijo que ella era de las que mejor visión tenía de toda la clase. Todo era normal hasta que sus padres empezaron a sospechar que algo inusual estaba pasando. Se frotaba los ojos cada dos por tres; cuando hacía los deberes se le nublaba la vista, teniendo que ir cuatro o cinco veces al baño para lavarse los ojos y, cuando iba por la calle, rozaba las farolas y papeleras, evitando el choque con ellas gracias a los grandes reflejos que tenía. Algo le pasaba a sus ojos.

Sus padres eran muy cautelosos, así que llamaron a un oftalmólogo para que tratara a su hija. Después de varias sesiones, llegaron los resultados a la clínica. Al día siguiente el oculista llamó al timbre de su casa y entró desesperadamente. Tenía malas noticias.
‘’Emma (como así se llama esta chica) tiene que ser urgentemente operada’’ —dijo. Tenía una enfermedad que lentamente estaba acabando con su vista. [...]

FUENTE:

Texto propio + Imagen propia + https://pixabay.com/es/aventura-altitud-arma-ayuda-atleta-1807524/

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