jueves, 1 de diciembre de 2016

TEXTO 3: Mundo oscuro 2

[...] A partir de ahí, la vida de Emma se convirtió en una lucha por no perder la visión y poder volver a ser una niña normal. La primera operación fue la más complicada. Habían pocas esperanzas de que saliera de la habitación de donde la estaban operando y pudiera ver con claridad los rostros de su padres; lo que mayor preocupación les causaba.


La puerta de la habitación se abrió y salió Emma con unos enormes vendajes en los ojos, evitando que la luz del sol los dañara aún más. Sus padres preguntaron a los cirujanos cómo había ido la operación. Ellos les respondieron con un gesto claro y alegre: el pulgar hacia arriba; la operación había sido un éxito.

Todos estaban felices. Ahora Emma sólo tenía que procurar no salir a la calle cuando hiciera demasiado calor o demasiado frío para que no se dañara la cubierta que la habían incrustado en las pupilas.

Todo iba como antes, veía perfectamente. La alegría que iluminaba a ella, a sus amigos y familia empezaba a rebosar…Pero todo lo que sube, desgraciadamente, baja.

La cubierta que le pusieron no fue tan resistente como ellos imaginaban…

Emma estaba en el instituto, cuando ocurrió el mayor desastre de su vida. Al principio notó un pequeño picor en el ojo derecho. Se rascó. Al rascarse, notó algo pegajoso en sus dedos... era la cubierta, estaba rota. Una compañera suya se giró a pedirle una hoja a Emma y, como si hubiese visto a la niña del exorcismo, empezó a chillar… ¡Emma estaba chorreando sangre por su ojo derecho; demás se caerse se le había clavado la cubierta en la pupila!

Acudió lo más rápido que pudo a urgencias, pero lo más rápido no sirvió; ya era demasiado tarde, había perdido la visión de ese ojo completamente. Le cambiaron la cubierta en el ojo izquierdo poniéndole una más resistente para que no le ocurriera el episodio anterior e intentó disfrutar lo máximo posible de los meses que le quedaba de visión hasta quedarse ciega del todo; pues era una enfermedad degenerativa.

Sus padres se gastaron los ahorros que tenían guardados en visitar famosos países para que Emma pueda ver los monumentos que durante toda su vida deseaba ver. Así como la Torre Eiffel, el Big Ben, la Estatua de la Libertad y muchas pirámides egipcias (su mayor fantasía desde que las vio cuando tenía sólo cinco años por la televisión).



Tras medio año de viajes y de disfrutar al máximo cada minuto de vista llegó el día. Llegó el día que nadie quería que llegara. Emma se levantó por la mañana e intento abrir los ojos. Los abrió… pero no conseguía ver nada. Todo era negro, oscuro. La enfermedad había acabado completamente con su vista y con la posibilidad de ver el rostro de sus padres. Pero esa enfermedad no pudo con muchas más cosas.

No pudo con sus imborrables memorias y recuerdos. No pudo acabar con el cariño que tenía a sus padres, sino aumentarlo. No pudo acabar con su sonrisa ni, mucho menos, con sus ganas de vivir.

Supo salir adelante. A partir de ese día se puso a estudiar más en serio que cuando veía perfectamente. Estudiaba gracias a un aparato para invidentes comprado por su madre, cuya función era decirle lo que ponía en sus libros de forma oral. Durante esa nueva etapa su madre pensó que sin estudios su hija no iría a ningún lado, que le costaría muchísimo encontrar un trabajo adecuado para ella; por eso compró ese objeto.

Ese año su nota media fue de nueve y medio, la mejor de todo el instituto.

Su sueño cuando estaba viajando de país en país era crecer y convertirse en una mujer de los pies a cabeza, ignorando que sus ojos no podrán nunca observar todo lo que consiga. Quería tener hijos responsables y un marido que la trate como a una reina, que la quiera como a nadie en este mundo. Actualmente, su sueño está cumplido.

De repente, suena el nombre de mi parada. Me despierto de mi mundo agitando bruscamente la cabeza e, intentando limpiar disimuladamente las lágrimas de mi rostro, me despido de Emma con un abrazo eterno susurrándola al oído:

—Gracias por enseñarme el significado de la vida.

—Los sueños no se observan con los ojos ni caen del cielo por su propio peso, si quieres algo de verdad debes sacrificarte y no darte nunca darte por vencido hasta que se haga realidad—Pensaba mientras abandonaba lentamente la estación.


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